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Es más que evidente que el ser humano está desconectado y ha perdido la armonía con su entorno, con lo que le rodea. La máxima de adaptar el medio a sí mismo ha superado los frágiles límites de lo lógico, incluso para su bienestar. Las ciudades se han convertido en lugares inmensos donde millones de personas se agrupan para vivir. El cemento se extiende más allá de donde la vista alcanza, tanto, que incluso es difícil ver un poco de naturaleza integrada. Los árboles, parques o jardines desgraciadamente, son cada vez más escasos en nuestras ciudades. Reina la incoherencia del tráfico y el asfalto.
Este hecho favorece que el ser humano se olvide de sus raíces, (es sabido que la costumbre hace al hombre), de dónde proviene y de la importancia primordial de la naturaleza para su bienestar, integridad y su correcto crecimiento. El profundo olvido de sus instintos, ha derivado en la perfecta adaptación a una vida donde, la observación del entorno es secundaria; ya no está atento a las estaciones; no observa el cielo; no atiende a la luna y sus influyentes fases; no disfruta del silencio, al contrario, huye de él; no se deleita con sencillos placeres como observar contemplativo un sencillo atardecer…
… lamentablemente es un largo etcétera...
Lo paradójico, la verdad insondable que se esconde es que, aunque haya prescindido de todos estos pequeños actos, necesarios desde nuestro punto de vista, y continúe viviendo día tras día, en la profundidad de su ser es consciente de la necesidad de esa paz y armonía exterior, echa en falta el silencio, el reposo tranquilo, esa absoluta belleza.
Texto: La Paradoja
Imagen: no recuerdo!
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